24.2.14

Nathaniel Hawthorne

(Salem, Massachusetts, 1804-Plymouth, New Hampshire, 1864)

«Recuerdo haber leído en alguna revista o periódico viejo la historia, relatada como verdadera, de un hombre —llamémoslo Wakefield— que abandonó a su mujer durante un largo tiempo. El hecho, expuesto así en abstracto, no es muy infrecuente, ni tampoco —sin una adecuada discriminación de las circunstancias— debe ser censurado por díscolo o absurdo. Sea como fuere, este, aunque lejos de ser el más grave, es tal vez el caso más extraño de delincuencia marital de que haya noticia. Y es, además, la más notable extravagancia de las que puedan encontrarse en la lista completa de las rarezas de los hombres. La pareja en cuestión vivía en Londres. El marido, bajo el pretexto de un viaje, dejó su casa, alquiló habitaciones en la calle siguiente y allí, sin que supieran de él la esposa o los amigos y sin que hubiera ni sombra de razón para semejante autodestierro, vivió durante más de veinte años. En el transcurso de este tiempo todos los días contempló la casa y con frecuencia atisbó a la desamparada esposa. Y después de tan largo paréntesis en su felicidad matrimonial, cuando su muerte era dada ya por cierta, su herencia había sido repartida y su nombre borrado de todas las memorias; cuando hacía tantísimo tiempo que su mujer se había resignado a una viudez otoñal, una noche él entró tranquilamente por la puerta, como si hubiera estado afuera sólo durante el día, y fue un amante esposo hasta la muerte.»
«Wakefield», Nathaniel Hawthorne


Wakefield (1835)

15.2.14

Willa Cather

(Black Creek Valley, Virginia, 1873-Nueva York, 1947)

«El viejo se quedó mirando el rostro de su hijo muerto. La espléndida cabeza del escultor, en su rígida quietud, parecía aún más noble de lo que había sido en vida. El cabello oscuro le caía sobre la amplia frente; el rostro parecía extrañamente largo, pero no había en él ese reposo que esperamos encontrar en los rostros de los muertos. Las cejas estaban tan contraídas, que había dos líneas profundas sobre la nariz aguileña, y la barbilla parecía avanzar en un gesto de desafío. Era como si el esfuerzo de la vida hubiera sido tan agudo y amargo que la muerte no podía relajar de inmediato la tensión, dándole la suavidad de la paz perfecta, como si él guardara todavía algo precioso que aún podía serle arrebatado.»
«El funeral del escultor», El jardín de los Troll

http://www.casadellibro.com/libro-los-libros-de-cuentos/9788484282891/1064709

The Troll Garden (1905)
Youth and the Bright Medusa (1920)
Obscure Destinies (1932)
The Old Beauty (1948)

Patricia Highsmith

http://es.wikipedia.org/wiki/Patricia_Highsmith
Patricia Highsmith
(Fort Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995)

«Claudette era caprichosa y no tenía verdaderos planes, pero empezó a salir con un hombre barrigudo llamado Charles, de buen carácter, generoso y rico. Hasta se acostó con él. Charles aplaudía con fuerza cuando Claudette y Rodolphe bailaban, él rodeando con sus manos el grácil cuello blanco, ella doblada hacia atrás. Charles podía permitirse el lujo de reír. Se la iba a llevar a la cama luego.»
«La bailarina», Pequeños cuentos misóginos



Little Tales of Misogyny (1974)

12.2.14

Herman Melville

Herman Melville
(Nueva York, 1819-1891)

«¿Lo confesaré? Como resultado final quedó establecido en mi oficina que un pálido joven llamado Bartleby tenía ahí un escritorio, que copiaba al precio corriente de cuatro céntimos la hoja (cien palabras), pero que estaba exento, permanentemente, de examinar su trabajo y que ese deber era transferido a Turkey y a Nippers, sin duda en gracia de su mayor agudeza; ítem, el susodicho Bartleby no sería llamado a evacuar el más trivial encargo; y si se le pedía que lo hiciera, se entendería que preferiría no hacerlo, en otras palabras, que rehusaría de modo terminante.»
«Bartleby, el escribiente», Cuentos de Piazza



"Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street",
The Piazza Tales (1856)

11.2.14

Sam Shepard

Sam Shepard
(Fort Sheridan, Illinois, 1943)

«Si pudiera verme ahora, seguro que se enamoraría de mí, me apuesto lo que sea. Me apuesto lo que sea a que sí. ¿Cómo podría no hacerlo? Miradme. Miradme ahora. Como estoy. Si pudiera verme así: esperándola, horas antes, mucho antes de que llegue, buscando cualquier señal o sonido suyo. Vería lo entusiasta que soy. Vería la desesperación en mi pecho. Si pudiera verme ahora, desde la distancia, sin que yo supiera que me está mirando, me vería tal y como soy.»
«Convulsión», El gran sueño del paraíso

http://www.anagrama-ed.es/titulo/PN_580

Great Dream of Heaven (2002)